martes, 25 de noviembre de 2014

Díaz Ordaz tuvo razón


Por Rodrigo Hernández López

Con sangre y muerte hemos forjado la mediocre democracia mexicana; con reclamos de justicia y libertad hemos vivido por más de un siglo.

Un hombre llamado Gustavo Díaz Ordaz clamó una vez que “México no fue el mismo antes ni después de Tlatelolco, y no lo fue en parte muy importante debido a Tlatelolco”, tuvo razón, pues sólo con muerte hemos cambiado.

A la vista de todos a plena luz hemos contemplado una orgía, día tras día la señora Justicia ha sido violada, y en más de una ocasión hemos desviado la vista a una ficticia realidad donde creemos estar a salvo.

Necesitamos que desaparecieran 43 jóvenes estudiantes para recordar aquella palabra olvidada: humanidad.

La ineptitud de la clase política nos acerca inevitablemente al sepulcro de la patria. Nietzsche se cuestionó una vez “¿Cómo podrías renacer sin haberte convertido en cenizas?”, el inicio de la purificación mexicana ha sido la ausencia de los normalistas.

México es muerte, por ello el grabador José Guadalupe Posadas impregnó sus calaveras como parte de la cotidianidad nacional, como símbolo de resistencia y constante recordatorio del destino final.

Con Felipe Calderón nos acostumbramos a mirar colgados, como si fueran flores caídas de los árboles del Paseo de la Reforma en una caminata dominical cualquiera.

Octavio Paz referiría un día que “Para el habitante de Nueva York, Paris o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con paciencia, desdén o ironía.”


Ayotzinapa no será el fin de la estela de muerte en el suelo mexicano, pero será el inicio del quiebre en el sistema, como en su momento lo fue la matanza de Tlatelolco, al menos así lo siente la gente que salió a las calles y despertó su conciencia. 

Imágenes de la manifestación del pasado 20 de noviembre del 2014. Foto: Rodrigo Hernández López.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Flores para Díaz Ordaz


Por Rodrigo Hernández López


¿Cuánto dura el poder? Preguntó… sólo el silencio respondió.

Cinco pinos formados flanquean aquellas lozas de mármol que forman una cruz, un florero lleno por el agua de lluvia reposa en la parte inferior enterrado en la tierra, el paso del tiempo es visible, manchas formadas por el sol y la intemperie, el pasto crece y el olvido aumenta. 

El cielo estaba encapotado aquella tarde de lunes, de vez en cuando unos rayos del sol iluminaban el terreno del kilómetro 14 del Camino al Desierto de los Leones en la Delegación Álvaro Obregón, aquel último homenaje lucía visiblemente abandonado.  

La curiosidad se había hecho presa de aquel joven que llegó en busca de respuestas sobre la lealtad política, miró tumbas y olvido a su paso, imágenes de jóvenes gritando ¡asesino!, se agolpeaban en su cabeza, de los aplausos de los hombres en los recintos más solemnes de la nación contrastaban en sus pensamientos con el lapidario silencio de la realidad.

Recordó que en un rincón de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García encontró olvidado un dibujo del caricaturista Alfonso Ontiveros que realizó en 1966, la imagen revela a distancia dos síntomas del periodismo mexicano: la subordinación al sistema del régimen priista y la creencia de que el Presidente en México es Dios.


El cartón muestra a ocho personajes, en tres papeles distintos: los villanos, el pueblo y el héroe. Un guerrero azteca está situado en la cúspide de una columna con la leyenda “Patria”, alrededor tres ratas, una víbora, un cocodrilo y un monstruo intentan dañarla, pero en su intento se enfrentan al “forjador del futuro”, con sus característicos lentes de pasta gruesa, nuestro paladín porta un soplete y una máscara de protección como el más humilde de los mexicanos, mientras ahuyenta al mal a patadas.



¿Cuánto dura el poder? Volvió a preguntar, mientras contemplaba aquellas palabras grabadas, y miraba fijamente aquella rosa marchita y golpeada por la intemperie. ¿Cuánto? Se escuchó una vez más, y las palabras recorrieron el aire sin encontrar respuesta.

Qué triste es ver una tumba abandonada, se dijo a sí mismo… mientras, caminó hacia otro sepulcro recién adornado, ahí tomó una flor y regresó a contemplar el pasado. Luego de colocar un clavel rojo se alejó pensando en que aquel color sería el mismo de aquella plaza bañada en sangre una tarde de octubre.

Contó diez pasos sobre el sendero y volvió la vista, cerró los ojos y en la obscuridad recordó aquellas imágenes de una conferencia de prensa perdida en el tiempo.  Lo vio ahí, sentado con su traje gris y su voz grave.

Sí, rememoró, aquella declaración es difícil de olvidar. Y lo evocó mientras recordaba su puño golpeando la mesa: “Pero de lo que estoy más orgulloso, es del año 1968, porque me permitió salvar al país, les guste o no les guste con algo más que horas de trabajo burocrático, poniéndolo todo: vida, integridad física, hora, peligro, la vida de mi familia, mi honor, el paso de mi nombre a la historia, todo se puso en la balanza, afortunadamente salimos adelante, y si no ha sido por eso, usted no tendría la oportunidad muchachito de estar aquí preguntando”.

Volvió a la pregunta inicial… ¿cuánto dura el poder?...miró una vez más aquel monumento al recuerdo, entonces se fue y gritó ¡Únicamente un sexenio!